LAS AGUADORAS MUJERES BARRIO LAS FUENTES
Tere Arbizu nació el 29 de septiembre de 1936,
recién iniciada la Guerra Civil Española, en un pequeño
pueblo del valle de Yerri, en Navarra,
cerca de Estella,
llamado Lácar. Su casa estaba cerca de una preciosa
iglesia románica, Santa María de Eguiarte, en medio de campos de cereales y colinas. Se acuerda poco de aquella
época porque, con menos de un año, se fue a vivir a San Sebastián.
Sus primeros recuerdos
son del barrio de Amara,
de una vida en blanco
y negro pasando penurias y hambre, y con muy
pocas cosas. Su padre le
decía que había que comer de lo barato (verdura) y vestir de lo caro, para que la ropa durara más.
Fue al Colegio
de las Monjas de San José, en la calle de Prim, muy cerca de su casa, y como era muy alta para su época (medía 1,70 metros)
—incluso tenía cierto complejo—, le hacían jugar al baloncesto. Actualmente, sus nietos la definirían como «un paquete».
Su madre, a la que quería mucho, murió un día
de repente, cuando ella era todavía una adolescente, y se quedaron
solos su padre, su hermano
pequeño y ella. Así que, como era costumbre en la época,
su padre se casó en segundas nupcias,
y eso no le sentó
bien a Tere. Aunque años más tarde
llegaría a tener una excelente relación con su madrastra, aquellos
fueron tiempos de disputas y discusiones.
Su padre, inteligente hombre de campo, la mandó a París a estudiar
francés y a trabajar en una casa, lo que supuso para Tere la apertura a un nuevo mundo. A su regreso de París, como sabía francés
y algo de inglés, estuvo trabajando en varios
hoteles de San Sebastián, entre ellos el Hotel Biarritz,
que estaba en la plaza
de Zaragoza y que ya no existe,
y el Hotel Niza.
Tere Arbizu se casó, tuvo dos hijos
y, con 36 años, se sacó el graduado escolar,
después de estudiar mucho y suspender un par de veces. Más tarde,
testaruda ella como buena navarra, preparó oposiciones a la Seguridad Social en una academia mientras
trabajaba a turnos en el hotel. Las aprobó tras varias intentonas a los 40 años, porque la hostelería
era muy sacrificada y no veía a su
familia al tener que trabajar los fines de semana. Nada de eso fue fácil, y Tere tuvo que esforzarse mucho. Además, no
solo luchaba contra lo que tenía que estudiar,
sino muchas veces también contra
los estereotipos por los que las mujeres tenían que estar en casa,
o con su mala conciencia por dedicar poco tiempo a su marido
y a sus hijos.
Con 46 años, empezó a preparar el acceso a la universidad para mayores de 25,
y esta vez aprobó a la primera. Empezó al curso siguiente —«¡Para qué perder el tiempo!»—
a estudiar graduado
social, donde, a decir verdad,
le dieron bastantes palos (le costaba aprobar). Sus
hijos siempre la recuerdan estudiando en la mesa de la cocina de su casa, con la olla puesta y aprobando curso tras curso, año tras año, a base de esfuerzo,
tesón y mucho Optalidón, que era lo que se tomaba por aquel entonces
para el dolor la cabeza.
Sus ganas de aprender, de superarse y de entender el mundo nunca
cesaron. Como tampoco se detuvo
la persecución de sus objetivos, hiciera buen tiempo
o malo, luciera
el sol o lloviera
Por cierto, Tere fue de las primeras
mujeres que se sacaron el carné de conducir
en San Sebastián. Y, a pesar
de que los hombres le pitaban y muchas veces
oyó decir aquello
de «Mujer al volante, peligro
constante», «¡Mujer tenías
que ser!» o «¡Vete a tu casa a fregar!», sus hijos preferían
ir con ella en coche que con su padre. Ella conducía mucho más rápido
que su marido, que, según parece, se eternizaba.
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