lunes, 19 de julio de 2021

UNA HISTORIA DE PERSEVERANCIA. LA HISTORIA DE TERE ARBIZU

LAS AGUADORAS MUJERES BARRIO LAS FUENTES



Tere Arbizu nació el 29 de septiembre de 1936, recién iniciada la Guerra Civil Española, en un pequeño pueblo del valle de Yerri, en Navarra, cerca de Estella, llamado Lácar. Su casa estaba cerca de una preciosa iglesia románica, Santa María de Eguiarte, en medio de campos de cereales y colinas. Se acuerda poco de aquella época porque, con menos de un año, se fue a vivir a San Sebastián.

Sus primeros recuerdos son del barrio de Amara, de una vida en blanco y negro pasando penurias y hambre, y con muy pocas cosas. Su padre le decía que había que comer de lo barato (verdura) y vestir de lo caro, para que la ropa durara más.

Fue al Colegio de las Monjas de San José, en la calle de Prim, muy cerca de su casa, y como era muy alta para su época (medía 1,70 metros) —incluso tenía cierto complejo—, le hacían jugar al baloncesto. Actualmente, sus nietos la definirían como «un paquete».

Su madre, a la que quería mucho, murió un día de repente, cuando ella era todavía una adolescente, y se quedaron solos su padre, su hermano pequeño y ella. Así que, como era costumbre en la época, su padre se casó en segundas nupcias, y eso no le sentó bien a Tere. Aunque años más tarde llegaría a tener una excelente relación con su madrastra, aquellos fueron tiempos de disputas y discusiones.

Su padre, inteligente hombre de campo, la mandó a París a estudiar francés y a trabajar en una casa, lo que supuso para Tere la apertura a un nuevo mundo. A su regreso de París, como sabía francés y algo de inglés, estuvo trabajando en varios hoteles de San Sebastián, entre ellos el Hotel Biarritz, que estaba en la plaza de Zaragoza y que ya no existe, y el Hotel Niza.

Tere Arbizu se casó, tuvo dos hijos y, con 36 años, se sacó el graduado escolar, después de estudiar mucho y suspender un par de veces. Más tarde, testaruda ella como buena navarra, preparó oposiciones a la Seguridad Social en una academia mientras trabajaba a turnos en el hotel. Las aprobó tras varias intentonas a los 40 años, porque la hostelería era muy sacrificada y no veía a su familia al tener que trabajar los fines de semana. Nada de eso fue fácil, y Tere tuvo que esforzarse mucho. Además, no solo luchaba contra lo que tenía que estudiar, sino muchas veces también contra los estereotipos por los que las mujeres tenían que estar en casa, o con su mala conciencia por dedicar poco tiempo a su marido y a sus hijos.

Con 46 años, empezó a preparar el acceso a la universidad para mayores de 25, y esta vez aprobó a la primera. Empezó al curso siguiente —«¡Para qué perder el tiempo!»— a estudiar graduado social, donde, a decir verdad, le dieron bastantes palos (le costaba aprobar). Sus hijos siempre la recuerdan estudiando en la mesa de la cocina de su casa, con la olla puesta y aprobando curso tras curso, año tras año, a base de esfuerzo, tesón y mucho Optalidón, que era lo que se tomaba por aquel entonces para el dolor la cabeza.

Sus ganas de aprender, de superarse y de entender el mundo nunca cesaron. Como tampoco se detuvo la persecución de sus objetivos, hiciera buen tiempo o malo, luciera el sol o lloviera  

Por cierto, Tere fue de las primeras mujeres que se sacaron el carné de conducir  en San Sebastián. Y, a pesar de que los hombres le pitaban y muchas veces oyó decir aquello de «Mujer al volante, peligro constante», «¡Mujer tenías que ser!» o «¡Vete a tu casa a fregar!», sus hijos preferían ir con ella en coche que con su padre. Ella conducía mucho más rápido que su marido, que, según parece, se eternizaba.

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